Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Luc. 7: 47.
Se celebraba una fiesta en casa de Simón. A éste le preocupaba que Jesús aceptara a la gente y la perdonara con tanta facilidad. Por eso el Señor le contó la parábola de los dos deudores. Uno de ellos debía una gran cantidad. La deuda del otro era pequeña. Ambos fueron perdonados. Jesús preguntó: “¿Cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado” (Luc. 7: 42, 43).
Para nuestra comprensión humana, el perdón ofrecido tan generosamente puede resultar peligroso. Podría degenerar en licencia. Pensamos que debe de haber algún límite para la cantidad de veces que debemos arrepentirnos, porque de lo contrario seguiríamos pecando y arrepintiéndonos indefinidamente. El amor, sin embargo, es la salvaguardia contra la licencia. Puesto que aquellos a quienes se ha perdonado mucho saben mejor que nadie cuán grande es el amor de quien los perdonó, responden amando mucho más. “Aquellos a quienes ha perdonado más, lo amarán más, y estarán más cerca de su trono alabándolo por su gran amor y su infinito sacrificio. Cuanto más plenamente comprendamos el amor de Dios, más nos percataremos de la pecaminosidad del pecado” (El Camino a Cristo, pág. 38).
Al saber que se nos ama incondicionalmente nos sentimos estimulados a responder a ese amor. Cuando conocemos el amor de Dios hacia nosotros somos inducidos al arrepentimiento, y cuanto más conozcamos ese amor, tanto más profundo será nuestro arrepentimiento.
Sólo si lo amamos podremos guardar sus mandamientos. “Toda verdadera obediencia proviene del corazón” (El Deseado de todas las Gentes, pág. 621). Cuando acudimos a Jesús cada día así como somos, nos damos cuenta de que nos acepta. Cuando nos concede el don del arrepentimiento, comprendemos algo de ese amor que es suficientemente grande como para ofrecer arrepentimiento y perdón, aun a los que necesitamos que se nos perdone mucho. De ese modo llegamos a amarlo, y entonces deseamos obedecerle.
Pr. Morris Venden